miércoles, 9 de septiembre de 2015

Nunca es triste la verdad...


No escojas sólo una parte,
tómame como me doy,
entero y tal como soy,
no vayas a equivocarte.
Soy sinceramente tuyo,
pero no quiero, mi amor,
ir por tu vida de visita,
vestido para la ocasión.
Preferiría con el tiempo
reconocerme sin rubor.
Cuéntale a tu corazón
que existe siempre una razón
escondida en cada gesto.
Del derecho y del revés
uno sólo es lo que es
y anda siempre con lo puesto.
Nunca es triste la verdad,
lo que no tiene es remedio.
Y no es prudente ir camuflado
eternamente por ahí
ni por estar junto a ti
ni para ir a ningún lado.
No me pidas que no piense
en voz alta por mi bien,
ni que me suba a un taburete
si quieres, probaré a crecer.
Es insufrible ver que lloras
y yo no tengo nada que hacer.
Cuéntale a tu corazón
que existe siempre una razón
escondida en cada gesto.
Del derecho y del revés,
uno sólo es lo que es
y anda siempre con lo puesto.
Nunca es triste la verdad
lo que no tiene es remedio.

Es caprichoso el azar... Mi Nano querido...

Fue sin querer... Es caprichoso el azar. No te busqué ni me viniste a buscar. Tú estabas donde no tenías que estar; y yo pasé, pasé sin querer pasar. Y me viste y te vi entre la gente que iba y venía con prisa en la tarde que anunciaba chaparrón. Tanto tiempo esperándote... Fue sin querer... Es caprichoso el azar. No te busqué ni me viniste a buscar. Yo estaba donde no tenía que estar y pasaste tú, como sin querer pasar. Pero prendió el azar semáforos carmín, detuvo el autobús y el aguacero hasta que me miraste tú. Tanto tiempo esperándote... Fue sin querer... Es caprichoso el azar. No te busqué, ni me viniste a buscar.

Para confiar siempre...

Lo que está en la historia...

Segmento hilarante...


El muro verde
Florencia Parisi 2014.


Un verde muro se alza fuera de mi ventanal, interrumpido solamente por simétricos huecos con marcos equidistantemente separados. Algo de naturaleza se asoma como un convicto entre los barrotes que busca con fruición un rayo de luz. Todo permanece inerme, quieto, apenas modificado por la tenue brisa del ocaso estival. Y sin embargo está repleto de vida. Una vida guardada como en cajas, dentro de estos organizadores gigantes con comodidades varias. Grandes archivos de almas apiladas. Aún en este estado de hacinamiento es posible la felicidad. Porque la felicidad no depende del espacio. Uno no es feliz por metro cuadrado. Uno es feliz multidimensionalmente.
Por la mañana las almas apiladas bajan a la calle en cajas móviles que operan con botones y que los transportan desde sus sueños dormidos hacia sus sueños despiertos. Suben a trenes que toman bajo tierra y junto a otras cientos de almas se distribuyen como sangre por las venas de la gran ciudad. Otros se acomodan en vehículos terrestres que los depositan en esquinas anónimas donde realizan toda clase de tareas.
Durante las horas de luz, van y vienen por interminables actividades de mayor o menor valía, poniendo lo mejor de sí en la tarea, o no. Haciendo lo que saben hacer, o no.
Aquí es donde la uniformidad del escenario se desdibuja y la singularidad de las almas entra en escena. Todos forman parte de algo más grande que ellos, pero incluso este intangible común a todos y de mayor tamaño se define por estar compuesto de infinitos entes diferentes entre sí.
Observo el verde muro fuera de mi ventanal; es temprano, apenas amanece. La suave brisa del amanecer estival entra y me recuerda que estoy viva y despierta. Es hora de poner en marcha el alma.


Como le sucede a mucha gente, mis intereses son variados. Sin embargo, tengo una particular obseción por encontrar belleza en todo; de otra forma, la vida se me aparece como triste y poco significativa.